Tras la llegada de los Reyes Magos, aquí tenemos la tercera y última entrega de los cuentos participantes en nuestro certamen, en esta ocasión, procedentes de La Cumbre.
UNA NAVIDAD MUY EXTRAÑA
(Por ALEJANDRO ROMÁN)
Érase una vez una fábrica situada en Madrid (España), donde un hombre muy mayor llamaba a duendes para que le ayudaran a fabricar los juguetes que iban destinados a los niños y niñas de todo el mundo.
Cuando se disponían a hacerlos, era tanta la cantidad de juguetes, que una de las máquinas se estropeó, provocando que se estropearan todos los juguetes. Tan sólo una máquina mágica seguía funcionando y el hombre mayor pensó que, ya que era mágica, podían regalarle a todos los padres un trabajo para que ellos pudieran comprar a sus hijos los juguetes, ya que a ellos no les iba a dar tiempo a fabricarlos.
Y así lo hicieron: la máquina se puso a funcionar y, en vez de hacer juguetes, dio un trabajo a todos los padres del mundo; estos padres pudieron comprar juguetes para sus hijos.
Los duendes abrazaron y felicitaron al hombre mayor que, por cierto, se llamaba Papá Noel.
Cierta noche, en la que Papá Noel estaba repartiendo los trabajos casa por casa un padre le vio y le dijo con voz de enfado:
-"¿Qué haces en mi chimenea?"
Papá Noel le respondió:
-"Repartir trabajo a todos los padres del mundo"
El padre, al escuchar aquello, le preguntó a Papá Noel:
-"¿Te puedo ayudar?"
Papá Noel obviamente dijo que sí y ambos repartieron trabajo a todos los padres del mundo para que nadie pasara hambre.
LA MAGIA DE LA NAVIDAD
(Por ELENA Mª REDONDO)
Era la tarde del 22 de Diciembre, una tarde fría, con nieve, pero, a pesar de eso, Vanesa estaba muy contenta, porque iba a visitar a sus abuelos y a pasar con ellos sus vacaciones de Navidad.
Al bajar de coche Vanesa vio a una perrita y preguntó a su padre si podía ir a jugar con ella, y le dijo que sí. Ésta se divirtió como nunca antes. Jugaron a todos los juegos imaginables.
Al llegar la noche no sabía que hacer con Campanita, que era el nombre que Vanesa eligió para ella ya que se acercaba la Navidad, porque no la quería dejar sola en la calle, pero tampoco sabía si su madre y su padre le dejarían tenerla en casa porque su abuela tenía un gato y siempre se había dicho que los perros y los gatos no se llevan bien. Por esa razón, sus padres no le dejaron quedársela en casa de su abuela.
Durante los dos primeros días, Vanesa y Campanita jugaron en la calle: era fantástico ver cómo se divertían juntas. Pero la tarde del día 24, Campanita salió corriendo y Vanesa fue a ver lo que le ocurría.
Transcurrió mucho tiempo, pero Vanesa no encontró a Campanita. Regresó muy disgustada porque no encontraba a su perrita. Sus padres, al verla con tal disgusto, decidieron ayudarla. Buscaron y buscaron durante horas, pero no la encontraron y se dieron por vencidos.
Aunque sus padres ya no la ayudaron, Vanesa no se rindió y salió de nuevo en su busca. Con tan sólo una linterna que alumbraba su camino, gritaba por las calles, con voz dulce y desesperada, el nombre de su amiga:
-"¡Campanita! ¡Campanita! ¡Campanita!"
Se asomaba a cada uno de los rincones oscuros que veía. Todo por su perrita. La niña iba por las calles y, al ver que no encontraba a su perrita, se echó a llorar.
Un vagabundo la encontró sentada en el suelo llorando. Al verla así, decidió ayudarla: la llevó a su refugio, donde había otras muchas personas que no tenían nada, pero eran muy felices juntos. Sólo tenían un trozo de pan y una trucha que compartieron todos. Para dormir tenían una manta que no era gran cosa. Vanesa no paraba de pensar dónde estaría su perrita y qué estaría haciendo...
Cuando por fin se durmió, soñó que un ladrón se llevaba a su perrita y esto le ponía muy triste, por lo que se despertó sobresaltada. Al verla, el hombre que la llevó hasta allí le dio un vaso de agua para tranquilizarla y ella se lo agradeció mucho. Pero seguía triste, por lo que sus nuevos amigos intentaron alegrarla cantando villancicos, contando historias, jugando, contando chistes,... Pero a Vanesa nada le podía poner feliz porque no estaba su amiga.
Ella no sabía dónde estaba, así que pidió a sus nuevos amigos y amigas que la ayudaran a regresar a casa; ellos aceptaron encantados porque siempre ayudaban a sus amigos. No sabían dónde vivía por lo que tardaron muchas horas hasta encontrar su casa.
Al llegar, sus padres y abuelos la esperaban ansiosos, y se alegraron mucho al ver que ella estaba bien, y se sintieron orgullosos porque lo que había hecho Vanesa era un acto de amistad y de valentía muy bonito, porque ella tenía un corazón precioso.
Ella se despidió de sus amigos pero antes, Vanesa decidió invitarles a tomar chocolate caliente ya que, cuando ella no tenía nada, ellos la acogieron y la trataron como a una más.
Cada uno volvió a su lugar.
Dieron las doce de la noche y Vanesa, que siempre creyó en la magia de la Navidid, tenía razón porque escuchó un ladrido y ¡era Campanita! Todos estaban muy contentos.
Desde aquel día, Vanesa y Campanita son inseparables, las mejores amigas, y todos los años van a casa de la abuela de Vanesa y juegan en la calle siempre unidas.
¿QUIÉN ERA ESE NIÑO?
(Por MARÍA CERCAS)
Érase una vez una pequeña aldea, muy cerca de los Andes, llamada Clemente. En ella vivían familias aldeanas.Todos ellos eran muy felices y se querían como si fueran todos de una misma familia. Se preocupaban los unos de los otros.
Estaban felices, pues se acercaban las Navidades y, como todos los años, lo celebrarían en la parroquia de la aldea junto a su párroco. Todos colaborarían con lo poco que tenían, pero para ellos era mucho. Cada uno llevaba lo que tenía en su casa y así todos eran felices.
En esos días, los alumnos de la aldea Clemente no tenían que ir al colegio. Se juntaban todos y subían a la montaña a por nueces, almendras, hojas y leña para adornar el árbol de Navidad que ponían todos los años en en patio de la parroquia. Ponían el Belén, ensayaban sus villancicos, preparaban su zambombas y sus panderos,... para que ese día sonaran mejor que otros días.
Pero nadie se imaginaba lo que iba a suceder tres días antes de la Navidad...
Pipo y Mili se levantaron muy temprano porque habían quedado para subir a la montaña para terminar de recoger unas pocas nueces y almendras; con ellas, la vieja Anacleta terminaría de hacer sus dulces mazapanes y turrones que luego se comerían todos juntos. Mientras subían a la montaña escucharon un ruido muy grande. Se asustaron pero siguieron caminando, pues las montañas estaban llenas de nieve.
Pipo le dijo a Mili:
-"¡Mili, la montaña cruje!"
Le responde Mili:
-"¿Cómo va a crujir la montaña?"
-"Escucha..."
-"¡Es verdad! ¡Qué ruido más raro!"
Los niños se asustaron y salieron corriendo hacia la aldea para decírselo a todos sus vecinos. Al llegar a la aldea gritando se lo dijeron a todos su vecinos. Ellos se asustaron y salieron corriendo hacia sus casas. Pero en ese momento se escuchó un estruendo muy grande, como si el cielo se abriera. Se puso todo el cielo oscuro y una avalancha de nieve se deslizó por las montañas como si fuera una cortina muy grande y muy ancha de espuma blanca. Era un alud de nieve que se dirigía directamente a la aldea Clemente.
Todos corrían sin dirección, no sabían dónde refugiarse. Al fondo de una calle se escuchó una voz ronca y fuerte: era don Fulgencio, el párroco de la aldea que gritaba:
-"¡A la ermita! ¡Todos a la ermita!"
Todos los aldeanos corrieron hacia allí, pues estaba más alejada de la aldea y el alud no venía en esa dirección. Entre llantos, gritos y sollozos consiguieron llegar a ella. Todos estaban muy asustados y con mucho frío. Don Fulgencio trataba de calmarlos y animarlos.
Por fin, el temporal pasó, pero todas sus ilusiones y alegría por celebrar la Navidad se fueron con el alud.No tenían nada, sólo las cuatro paredes de la ermita.
Don Fulgencio no hacía nada más que rezar y dar gracias a Dios porque a ellos no les había pasado nada. "No os preocupéis", decía a los vecinos. "Mañana es Navidad y aunque no tengamos nada, estamos vivos y nos tenemos los unos a los otros. Seguimos siendo esa gran familia de todos los años"
Los niños no hacían más que llorar y recordar las Navidades pasadas. Tenían hambre y frío.
El día de Navidad por la mañana abrieron la puerta de la ermita. A lo lejos se veía un gran manto de nieve. La aldea Clemente estaba sepultada por la nieve. No sabían qué hacer ni a quién pedir ayuda. Así transcurrieron las horas: con hambre y frío.
La noche de Navidad estaban todos dentro de la ermita, agarraditos de las manos, rezando a su Virgen, cuando de pronto un gran ruido les asustó. Estaban golpeando la puerta. Todos se miraron con miedo y pavor; ninguno se atrevía a levantarse del banco e ir a abrir la puerta.
Fue don Fulgencio el que se dirigió hacia la puerta. Entonces, Pipo y Mili salieron corriendo tras él. Abrieron la puerta y allí no había nadie. Suspiraron. De pronto una gran luz iluminaba el cielo. Era una gran luz brillante. Se quedaron boquiabiertos. Nunca habían visto nada igual. Cuando se fijaron bien, en el cielo había dos ángeles, uno a la derecha y otro a la izquierda, y en el centro un niño rubito con grandes ojos azules. Les extendió sus manos y les dijo:
-"No lloréis. Jamás os abandonaré. Que paséis las mejores Navidades de vuestra vida y siempre me recordéis" El niñito, según se iba alejando, les iba diciendo adiós con su manita.
Ellos seguían sin poder quitar la mirada del cielo y sin poder hablar. Fue Pipo el que le dijo a don Fulgencio:
-"¡Mire lo que hay aquí!"
Estaba toda la entrada a la ermita llena de mantas, leña, dulces, leche, ... y lo mejor fue que en el fondo de la ermita había un árbol de Navidad lleno de almendras y nueces que les recordaba al suyo, el de todos los años.
Todos se pusieron a llorar de alegría y a abrazarse. Pero todos se preguntaban:
-"¿Quién era ese niño?"
CUENTO DE NAVIDAD
(Por FÁTIMA CASTUERA)
Había una vez un niño llamado Kevin que tenía nueve años. A Kevin no le gustaba la Navidad porque ningún año le traían regalos como a los demás niños.
Kevin vivía con su abuelo y su hermana pequeña Raquel en una pequeña casa en el bosque, al lado del río. Cuando eran pequeños Raquel y Kevin sus padres murieron en un accidente de moto cuando volvían del trabajo en otra ciudad. El abuelo trabajaba de leñador en el bosque para la familia Hernández, que vivían en una mansión al otro lado del río; la familia era muy rica. Tenían una hija llamada Sarai y un hijo llamado Fernando.
En Navidades Sarai se adentró en el bosque siguiendo a un cervatillo y, sin darse cuenta, se perdió. Pasó la noche llorando y pidiendo ayuda pero nadie la escuchó. A la mañana siguiente Raquel y Kevin, que acompañaban a su abuelo a cortar leña, al adentrarse en el bosque escucharon a Sarai llorar y pedir ayuda. Entonces acudieron en su busca. Al encontrarla, el abuelo la reconoció y rápidamente la llevaron a su casa, donde encontraron a toda su familia muy preocupada. Al ver a la niña se pusieron todos a llorar de alegría, a abrazarla, a darle besos...
En recompensa, la familia Hernández les ofrecieron que se quedaran allí a pasar la Navidad y en aquél día de Nochebuena tan especial, Kevin lo pasó muy bien en compañía de todos los niños, porque le trajeron muchos regalos a todos.
Desde aquel día, la Navidad es la fiesta preferida de Kevin y todos los años desea que todos pasen unas felices Navidades.
CUENTO DE NAVIDAD
(Por ENRIQUE CASTUERA)
Había una vez un perrito llamado Botas al que le gustaba mucho la Navidad. Pero este año estaba triste porque su mejor amigo, un conejo llamado Rabi se había ido de viaje al Mundo Navideño a conocer a los Reyes Magos y Botas se había quedado solo.
Botas tuvo una gran idea: no permitiría que su amigo estuviese separado de él en Navidad. Convenció a sus padres para que le acompañaran a buscar a su amigo.
En el viaje le pasaron muchas cosas malas, como que le cayera la nieve o la lluvia encima, y otras buenas, como conocer a muchos animalitos que se hicieron amigos suyos.
Después de mucho buscar, le encontraron adorando a un niño pequeñito al que llamaban Jesús. Rabi les contó que estaba muy contento porque había visto a los tres Reyes Magos y todos juntos se abrazaron.
UN REGALO DE NAVIDAD
(Por JESÚS GARCÍA)
En una pequeña ciudad había una sola tienda que venía árboles de Navidad. Allí se podían encontrar árboles de todos los tamaños, formas y colores.
El dueño del a tienda había organizado un concurso para premiar el arbolito más bonito y mejor decorado del año y, lo mejor de todo es que sería el mismo San Nicolás el que iba a entregar el premio el día de Navidad.
Todos los niños de la ciudad querían ser premiados por Santa y acudieron a la tienda a comprar su arbolito para decorarlo y poder concursar.
LA NATURALEZA ES SABIA
(Por ALBERTO MARTÍN)
Dice mi abuelo que la madre naturaleza es muy sabia y que por eso existen las cuatro estaciones y que la diferencia de temperatura entre el invierno y el verano es para favorecer el ciclo de la vida.
Toda esta conversación se produjo porque siempre pensé que cuando se avecinaban las fiestas navideñas, los árboles nos lo anunciaban quedándose desnudos para que nosotros los tapáramos y protegiésemos del frío invernal con los adornos típicos de Navidad.
Pero mi abuelo dice que los árboles de hoja caduca, igual que muchos animales como los osos y los reptiles de sangre fría, hibernan y se les paraliza la vida durante este tiempo de baja temperatura. Es por ello que cuando el otoño pasa de la mitad, los árboles paralizan el envío de sabia hacia sus hojas y éstas mueren y caen al suelo. El árbol espera a que regrese la primavera para sacar sus primeros brotes, hojas y flores para convertirse en fruto durante el verano.
Es curioso cómo cambian las cosas: yo pensando cuando era pequeño que los árboles se desnudaban a pesar del frío para que los niños los vistiesen con los adornos navideños. Estoy un poco decepcionado pensando en la magia de la Navidad. Si los árboles no se desnudan para que los vistamos, los Reyes Magos no son lo que nos decían y "la Navidad la inventó el Corte Inglés", según dice la canción... Me quedo un poco decepcionado...
Por si acaso, seguiré pensando en la magia de esta fecha, de lo contrario ni tendríamos regalos, ni vacaciones, ni dulces en abundancia. Me parece que me interesa sufrir el síndrome de Peter Pan y no crecer, ni yo ni todos los que me rodean. De lo contrario nos quedaremos sin chollo.
LA MAGIA DE LA NAVIDAD
(Por NATALIA FERNÁNDEZ)
Una mañana de Navidad, Delia, una niña simpática, agradable y muy bien educada, salió a comprar el pavo para la cena de aquella noche tan importante. Cuando llegó a la carnicería tuvo suerte, porque sólo quedaba uno.
En el camino de vuelta a su casa Delia iba muy contenta porque le había sobrado algo de dinero para comprarse algunas chucherías. En la puerta del kiosko había una niña pidiendo para poder pasar una feliz Navidad junto a su familia. Delia se quedó mirándola: no sabía qué hacía ahí sentada. Cuando leyó el cartón en el que ponía "Por favor, necesito algo de dinero para pasar la Navidad con mi familia" a Delia le dio pena y, en vez de comprarse las chucherías, le dio a ella el dinero que le había sobrado.
Por la tarde, Delia salió a jugar con su hermano Manuel. A Delia le parecía haber visto a la chica del kiosko, pero se dijo: "Serán imaginaciones mías"
A la hora de irse a casa, Delia volvió a ver a la joven y volvió a decirse: "Serán imaginaciones mías". Su hermano, al escucharla, le dijo:
-"¿De qué hablas?"
Y ella le respondió:
-"No, nada, cosas mías..."
Su hermano la miró con cara rara y siguió avanzando.
Cuando llegaron a casa Delia se fue corriendo a su habitación a prepararse, porque no quería perder ni un sólo minuto. Cuando su madre la llamó, ella salió de su habitación con un vestido de volantes rojos, unos zapatos relucientes que parecía que los acababa de sacar de la caja y un pequeño lazo en la cabeza, y dijo:
-"Ya voy, madre"
Al bajar las escaleras, Delia volvió a ver a la chica y echó a correr porque le daba miedo. Eso ya no eran imaginaciones, era otra cosa misteriosa con la misma figura que la chica.
Delia cenó bastante asustada. Su madre le preguntó que por qué estaba así y ella respondió:
-"¿Así? ¿Cómo que así? Yo estoy bien, madre"
Su madre no es que estuviera conforme, pero lo dejó pasar.
Después de cenar, Delia se fue a dormir, pero no podía dejar de pensar en esa chica.
A la mañana siguiente, Delia salió con sus amigas un rato y, como estaba tan asustada, decidió contárselo. Sus amigas se rieron de ella, por lo que se sintió mal y decidió irse a casa. Cuando llegó se lo contó a su madre, que también se empezó a reír. Después de contárselo a su madre, se encontró con su hermano en el pasillo y éste le dijo a Delia:
-"Yo también la vi"
Delia se quedó sorprendida pero a la vez contenta porque había gente que también la había visto.
Por la tarde, Delia fue al kiosko y se encontró a la chica allí sentada de nuevo. Delia le dijo:
-"Hola, me llamo Delia. ¿Y tú?"
-"Hola, yo me llamo Lucía"- dijo la chica.
Delia se asustó y se fue corriendo hacia su casa. Lucía fue a su casa y tocó a la puerta. Al abrir, Delia le preguntó:
-"¿Cómo sabes que vivo aquí?"
La chica contestó:
-"La verdad es que yo no soy una niña. Yo soy el Espíritu de la Navidad y me senté en la puerta del kiosko para ver quién tenía bondad y me donaba algo de dinero"- El espíritu sólo quería saber si Delia era una buena persona.
Por eso la Navidad a veces es tan maravillosa: siempre hay personas que hacen llegar la felicidad y la bondad a familias que lo necesitan.
UN PESEBRE EN EL MAR
(Por ÁFRICA NÚÑEZ y PALOMA BALLESTEROS)
Ésta es la historia de un marino.
Estando a bordo de un gran barco, recibió la noticia: que no podría disfrutar esas Navidades de la compañía de su familia. Debería permanecer en alta mar, vigilante.
Cuando lo comunicó, su esposa le dio mucho ánimo ya que sabía lo duro que iba a ser para él, como para el resto de la tripulación, pasar la Nochebuena en un barco y en medio del océano.
Llegó la noche mágica y el barco recibió una llamada de emergencia: que una patera había sido localizada a dos horas de puerto y venía con treinta y cuatro personas en su interior. Salieron a su rescate y por fin, a altas horas de la madrugada, avistaron la pequeña embarcación. Era noche de Navidad.
Se dispusieron a recoger a todos los inmigrantes, que venían exhaustos. Entre ellos y escondidos en los brazos de sus madres se hallaban dos niños con ojos asustados mientras tiritaban de miedo y de frío. El marino se despojó de su americana y cubrió a los pequeños.
Una vez a bordo de la gran embarcación, cuando todos estaban dispuestos a realizar recuento, en la cubierta, ya arropados con mantas y capas de plata, una mujer comenzó a gemir de dolor. Los más fuertes se apresuraron a socorrerla y todos contemplaron atónitos el alumbramiento de una nueva vida.
Todo ocurrió en alta mar.
El resto se imagina. El barco arribó a puerto base, los inmigrantes fueron derivados a un centro seguro y, lo más importante, Jesús, que así le pusieron, y su madre Mushara, fueron atendidos en un hospital español.
Cuando el marino le relataba la historia a su familia ausente, se sentía feliz y dichoso. La Navidad se encuentra donde menos lo esperas y la historia siempre se puede volver a repetir.
Dedicado a todos los hombre del mar ausentes que esa noche, créanme, son bastantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario